Núria González, feminista, activista, abogada, sindicalista y barcelonesa.
Hay que reconocer que uno de los mejores encantos de nuestras playas, a lo largo de casi todo el litoral español, son sus chiringuitos. Y cuanto más al sur, mejores son esos establecimientos donde deleitarte con una cerveza helada, un fantástico espeto de sardinas con sabor a carbón, o la muy spanish sangría, que hace las delicias de autóctonos y foráneos.
Y digo en casi todo el litoral, porque en Catalunya, desde luego, no tenemos esa suerte. Hemos sido agraciados con uno de los litorales más bellos del mundo, que es la Costa Brava, o con otro con un microclima privilegiado como la Costa Daurada, pero nuestros chiringuitos dejan bastante que desear. Y como siempre, el ejemplo de lo peor en servicios a las personas lo ostenta mi pobre Barcelona.
Pero como la gente que viene a Barcelona es gente normal, que también gusta de tomarse una cerveza fresquita en la playa cuando el calor aprieta, para hacerle la competencia a estos establecimientos playeros, normalmente ultra carísimos y con un servicio nefasto, han aparecido, o más bien se han trasladado a las playas, los lateros, que en invierno trabajan en el centro de Barcelona en general y en Las Ramblas en particular, vendiendo latas de cerveza y muchas otras sustancias de todo tipo, de manera ilegal, pero con total impunidad, como casi todo lo ilegal que pasa en la capital catalana.
Estos lateros, cuando llega el verano diversifican su negocio y se pasean por las playas urbanas de la ciudad condal ofreciendo bebidas frías, incluso cócteles recién hechos a los bañistas. La especialidad son los mojitos aliñados con bacterias fecales que los guiris consumen alegremente, como si de un Gimblet en el Borne se tratara. Mojitos de caca debido a que los esconden dentro de las alcantarillas y allí, mientras aguardan a ser consumidos por un grupo de ingleses u holandeses voraces, pues les cae todo tipo de suciedad e incluso alguna cucaracha intrépida ha acabado en uno de estos vasos.
A mí la verdad es que me importa poco si la gente es feliz bebiendo bebidas con mierda o con cardamomo, lo que me parece ya muy marca de la casa en Barcelona es cómo nos estamos acostumbrando a convivir con la ilegalidad más absoluta, que en ningún caso beneficia a los chicos que intentan ganarse la vida vendiendo por las playas, sino sólo a las mafias de explotación de personas que operan a través de ellos y que campan a sus anchas en Barcelona sin que la autoridad local mueva un dedo para evitarlo.
Y digo chicos porque eso es lo que son, exclusivamente chicos. Muchos de ellos son menas, esa palabra odiosa de nuevo cuño pero que se ha convertido en el nuevo abracadabra,que hace desaparecer de un plumazo a los niños y niñas a los que nos referimos con ese acrónimo de “menor no acompañado”, y que nos facilita muchísimo la tarea a los europeos y europeas “de bien” de olvidarnos de que detrás de toda esa voluntad de demonizar a un colectivo como si fueran los siete jinetes del apocalipsis, lo que hay son niños y niñas en situaciones tan desesperadas que se cruzan el continente africano para llegar a Europa con el único objetivo de sobrevivir.
Resulta vergonzoso que, en nuestra sociedad, donde criamos a niños idiotizados por las pantallas y que a duras penas tienen la más mínima responsabilidad de aprobar (iba a decir estudiar, pero ya es mucho) y cuyos padres ultrasobreprotegen incluso ya cuando rozan la veintena, porque son “nuestros niños y niñas”, seamos incapaces de ver que esos “menas”, son también los niños y niñas de otros, sólo que han tenido la mala fortuna de, por puro azar, nacer en un país pobre o en guerra. Merecen todo nuestro desprecio por ello, según muchos, e incluso, al más propio estilo medieval, merecen que vayamos a asaltar los centros de menores como pasó hace un par de semanas en El Masnou. ¿Qué pretendían esas hordas? ¿Matar niños?
¿Y las niñas? También salen de sus países en busca de una oportunidad de sobrevivir y, normalmente, para mantener a toda su familia. Pero no las vemos en nuestras playas vendiendo latas. Tampoco las vemos de manteras, y mucho menos en el mercado laboral formal, dadas de alta y trabajando con un contrato de trabajo, aunque sea precario. Pero sí sabemos que en sus países no están y que se les pierde la pista al norte de Marruecos, donde las mafias de trata de personas para prostitución captan, secuestran y trasladan a estas niñas y mujeres a los burdeles y pisos de toda Europa, para surtir al mercado de los puteros en España, que es ya el tercero mayor del mundo sólo por detrás de Tailandia y Puerto Rico.
No vemos a las “lateras” en Barcelona pero ahí están. No en la arena pero sí en los pisos-burdeles que, como todo lo ilegal en esta ciudad, se tolera con total normalidad. Marca de la casa.