“La sororidad se utiliza muchas veces como un potente bozal para no ser nunca ni criticadas ni cuestionadas por nuestras pares, infantilizando así tanto a las mujeres como al movimiento feminista”.
Por culpa de esa mala costumbre que tiene las redes sociales de recordarte tu pasado más inmediato, el otro día me abordaron los carteles del 8M de hace un par de años, y me invadió una “mini depresión” al comprobar que las reivindicaciones y las consignas son exactamente las mismas que vamos a llevar a las calles en unos días.
No nos maten, no nos vendan, no nos torturen, paguen lo que nos corresponde por nuestro trabajo, etc. En definitiva, que se nos trate como a personas. Obviamente, no por poco originales dejan de estar vigentes, causa principal de mi tristeza, lo cual debería llevarnos principalmente a las mujeres a una pregunta recurrente que muchas no se quieren hacer pero que es inevitable y que es que por qué tenemos esta horrible sensación de que no avanzamos nada, al menos en los últimos 40 años en nuestro país. Seguramente, porque es cierto.
Con el fin de la dictadura y tras la transición, a las mujeres les fueron devueltos los derechos que, casi todos ellos, ya tenían en la mano en la II República, más los que la entrada en Europa exigía. Pero desde entonces da la sensación de que sólo hemos jugado a la defensiva, con importantes triunfos al contraataque como el de las compañeras del Tren de la Libertad que hace diez años se cobraron la cabeza de Gallardón cuando quiso poner sus sucias y reaccionarias zarpas en el derecho al aborto, bien por ellas.
Sin embargo, sigue siendo incomprensible que el feminism, el único movimiento político mundial transversal capaz de plantarle cara y pararle los pies a la indecencia humana que nos gobierna en todas partes y ultraneoliberalismo que nos devora, no haya ganado ya batallas tan importantes como la de la violencia machista, cada vez más alejada de las agendas políticas, la de la igualdad de oportunidades o ni siquiera la de que se ponga en valor la maternidad, como hecho único de las mujeres sin el cual nadie estaría aquí.
Ahora ya estarán pensado que es que el patriarcado, bla bla blá, en esa mala costumbre de afirmar que todos los males que nos achechan son exógenos a nosotras y a nuestra causa. Una gran parte desde luego lo es, pero eso es a lo que se enfrentan todas las luchas políticas y sociales y avanzan.
Hay algo más en las mujeres que hace de dique de contención y que nos lastra en nuestro camino hacia una vida plena y para mí, eso que hay es un exceso de sentimentalismo y un constante chantaje emocional del que muy pocas han sabido zafarse y que nos hace muy difícil avanzar. Hasta la misma Simone de Beauvoir es una total contradicción en sí misma entre lo que decía y lo que hacía. ¿Cómo creer en liberación de la mujer si la que te lo teoriza vivió toda su vida en una relación tóxica en la que fue humillada constantemente y nunca pudo salir? Difícil.
Sin embargo, ahora, en este momento, alguien pensará que como oso yo, piltrafilla, poner en tela de juicio a otra mujer (¡a una referente!), saltándome el sacrosanto mandamiento de la sororidad, que se utiliza muchas veces como un potente bozal para no ser nunca ni criticadas ni cuestionadas por nuestras pares, infantilizando así tanto a las mujeres como al movimiento feminista del que formamos parte, hurtándonos la posibilidad del disenso y, por tanto, de crecimiento.
Pues sepan que si el feminismo no se rearma políticamente y permite que se le utilice como una moda de slogan de camiseta, que si todas las mujeres no dejan de lado sus yoes, sus emociones y sus preferencias personales y no las cambian por el interés superior del colectivo, que somos la mitad de la humanidad, y no se tatúan que esto no es nada personal, es feminismo, el 8M de dentro de 20 años Facebook me volverá a recordar los mismos carteles que seguirán siendo vigentes en el 2050 y eso será prueba de nuestro estancamiento. Discutamos, pero avancemos. Porque lo personal es político, pero lo político no debería ser tan personal.