Vamos a velocidad de crucero. Demasiado rápido para ver los pequeños detalles. Demasiado apresuradas para pararnos a pedir explicaciones; demasiado apremiadas para darlas.
Si te dicen que el 10 de noviembre tienes la oportunidad de volver a votar para que en este país haya un gobierno del que sea más destacable e importante su estabilidad que sus señas ideológicas, pregúntate, no sin menear una y otra vez la cabeza, por qué.
Si en solo 8 meses la extrema derecha ha dejado de ser la amenaza y todo a la izquierda de Pedro Sánchez es barullo, pelea, extrema izquierda y, por tanto, inestabilidad, pregúntate por qué.
Si un partido de ámbito madrileño decide en asamblea no concurrir a las urnas y el revuelo y la presión mediática logran en una sola semana que esa formación, representada por un joven imberbe y locuaz, se convierta en la opción progresista aclamada, y aparentemente esperada, entre PSOE y UNIDAS PODEMOS, pregúntate por qué. Y pregúntatelo muy en serio.
Por un lado, el vodevil que hemos vivido estos meses (por no decir años) nos ha hecho constatar que la dificultad de que algo cambie cuando las estructuras de poder no quieren que cambie. Sin embargo, también hemos comprobado en reiteradas ocasiones que, a pesar de todo, nos gustan los golpes de efecto, y que aún somos capaces de ilusionarnos por o movilizarnos contra.
Somos animales pasionales y así nos comportamos también como votantes en un porcentaje no desdeñable. Nos creemos los mensajes repetidos hasta la saciedad, nos hacemos eco de los mismos cual expertas en la materia porque nuestras redes sociales, que convenientemente hemos filtrado, nos refuerzan; porque las personas que establecemos como referentes así nos lo dicen. Apresuradas por ir acordes a los tiempos veloces con que suceden los acontecimientos, ni ideas ni mensajes se someten a la criba del raciocinio.
En esa dinámica casi zombi, compramos envoltorios sin importarnos el contenido, sólo porque nos dicen que es lo bueno, lo correcto, incluso lo que está de moda. Y no se sienta el lector juzgado, o tal vez sí, el caso es que solo apelamos a hacer un análisis -muy superficial- de una parte de los votantes con responsabilidad en el actual panorama político.
¿Por qué? Porque el análisis del comportamiento político lo leemos y escuchamos a diario y a todas horas desde que la política como género comunicacional alcanzó el nivel otrora de la salsa rosa mediática. Nos desayunamos tertulias políticas, almorzamos y merendamos con ellas y nos vamos a la cama en la misma dinámica. Estamos empachadas de tertulianos y analistas que dan vueltas una y otra vez a lo mismo, porque la perspectiva es siempre la misma. Personas que parecieran estar siguiendo un guión perfecto de acuerdo al medio en el que se les da voz, porque los medios seleccionan con cuidado quién opina y de qué, siempre dejando un pequeño espacio a la discrepancia con la línea editorial, pero sin pasarse.
Por tanto, os proponemos aquí cambiar la perspectiva, quizá así logremos que algo más cambie. Vayamos una vez más a las urnas habiendo dado respuesta a los porqués: que no nos condicione el miedo; que no nos confundan con la estabilidad aséptica; que no nos predispongan con etiquetas prefabricadas; que no nos lleguen con discursos obvios sin revelarnos algo más relevante para nuestro bienestar social.
Abordemos el primer por qué. Dejándonos llevar por la amalgama mediática, es sin duda el que está más de moda. En este sentido, preguntémonos qué representa o qué aporta la opción Errejón y su Más País como votantes de izquierdas. O progresistas, un término que al protagonista le gusta más.
Esta nueva opción, por cierto, convertida en esto precisamente ahora desde los medios de comunicación, estaba claro que antes o después iba a materializarse. Su discurso, por ejemplo, es idéntico al que Actúa utilizó en abril para justificar su presencia electoral: sumar para un gobierno progresista, movilizar al electorado huérfano, evitar la abstención, aportar sensatez, política de acuerdo y consenso… ¿Alguien lo recuerda? Seguramente no, porque Actúa no era opción para los medios, no se nos otorgó ni un minuto, pero eso ya es pasado en un mundo que gira a dos mil por hora. Suerte para Íñigo: el foco mediático se paró sobre él y la campaña está ya hecha.
Nosotras no podemos más que saludar toda opción que presente dichas intenciones, pues eran las nuestras, si bien nos permitimos poner en barbecho una opción sin programa, que vuelve a bascular sobre un líder, con algunas afirmaciones contrarias a nuestra propia ideología. Pero si viene a sumar, como lo vino a hacer Actúa, al menos preguntémonos por qué. Por qué ahora. Por qué PRISA y La Sexta han colocado el envoltorio en el mercado en tiempo récord. ¿Otro golpe de efecto? ¿Es la cuadratura para la anhelada estabilidad? ¿Es un nuevo ingrediente a añadir ‘al relato’? ¿Es la transversalidad el fin de las ideologías? Y, algo más de parte de las que suscriben, ¿por qué otro partido más liderado por otro hombre, por ejemplo?
Son muchas más las preguntas e inciertas las respuestas cuando de la política efímera se trata. Fugacidad, por cierto, que tampoco sabemos si ha llegado para quedarse. Es por eso que parece más práctico aprender a manejarse con acierto de cara al futuro que anhelar tiempos pasados, aunque sin perder la perspectiva, pues a veces conviene pararse a echar la vista atrás.
A pesar del paternalismo y del maternalismo patriarcal que impera, recordemos que somos adultas con capacidad para plantearnos tantos porqués como consideremos necesarios. Y como nosotras, vosotras. Comparemos, escuchemos, preguntemos y exijamos respuestas.
Votemos el próximo noviembre. Es posible que sólo así sepamos por qué tuvimos que hacerlo.