Lo ocurrido durante la reciente Cumbre Europea y la posición de los denominados países “frugales” liderados por Holanda debería abrir, al menos en el seno de la izquierda, un debate de hacia dónde debemos encaminar el mercado de trabajo en un futuro post Covid.
A ese interrogante hay que añadir el demoledor dato que acabamos de conocer, sobre la caída del PIB durante el segundo trimestre en nuestro país del 18,5 %, record histórico como consecuencia de la pandemia.
Pero antes de nada deberíamos interrogarnos sobre qué entendemos por mercado de trabajo.
Según las definiciones habituales se denomina “mercado de trabajo o laboral”, al conjunto de relaciones mercantiles entre empleadores y personas que buscan trabajo remunerado por cuenta ajena.
El mercado de trabajo tiene particularidades que lo diferencian de otros tipos de mercados (financiero, inmobiliario, de materias primas, etc.), principalmente en la cobertura de los derechos laborales y la necesidad de garantizarlos sistémicamente.
Incluso durante la negra etapa del franquismo se procuró hacer posible la conjunción de intereses entre empleador y empleado, aunque en los últimos tiempos, en especial en la etapa del gobierno de Rajoy, el equilibrio necesario se fue decantando peligrosamente a favor de los primeros.
Así el mercado de trabajo se ha ido desregularizando sistemáticamente a favor de los intereses del empleador, convirtiéndolo en algo muy próximo al esclavismo, con ausencia casi absoluta de normas que protejan al empleado.
No solo porque esas normas se han ido “flexibilizando”, también porque elementos tan importantes como los convenios colectivos han dejado de tener el peso que anteriormente tenían. Ahora ya casi todo vale y el mundo laboral se ha convertido en una selva dominada por los depredadores empresariales.
Fue la crisis de 2008-14 la que provocó este tsunami. Es cuando menos curiosa la casualidad (¿o no?) de que precisamente cuando se había abierto un profundo debate, sobre los efectos que la revolución científico-técnica tenía sobre el mundo del trabajo, surgió la crisis más grave de los últimos decenios. ¿Real o provocada? Quizás éste sería un asunto sobre el que la izquierda debiera reflexionar de manera más profunda.
Analizar los porqués: el paulatino envalentonamiento de una derecha crecida por efecto de una crisis que ellos mismos provocaron, pero también por una izquierda estatal, europea y mundial incapaz de reaccionar de manera mínimamente digna y al mismo tiempo hacer un ejercicio intelectual sobre la evolución del trabajo y cuáles deben ser los parámetros de futuro para poder sobrevivir en esta selva cruel.
Éste análisis sobre el futuro del trabajo y de la clase trabajadora -a pesar de ciertos intentos de los seguidores de Fukujama y su “final de la historia” la lucha de clases sigue vigente-, se ha evitó de una manera consciente, al igual que hablar de las consecuencias de éste problema.
Se podría decir que entre los teóricos existía una especie de “conspiración del silencio”, posiblemente presionados por círculos poderosos que deseaban que los trabajadores perciban el desempleo estructural que nos castiga, como una inevitable consecuencia de la crisis en la que estábamos inmersos.
Eso sumado al miedo de los sindicatos a provocar el pánico de sus afiliados ante la perspectiva de un desempleo estructural inevitable. Sindicatos por cierto incapaces de dar una respuesta coherente y eficaz.
La crisis puso de manifiesto ese miedo en los que saben e ignorancia en el resto, porque es difícil llegar a entender la complejidad de la misma y que la moderna tecnología y la evolución que se producen en estos campos, sin precedentes en la historia de la humanidad, permite mayores rendimientos con mucho menos mano de obra.
En definitiva que lo que a principios de éste siglo XXI se percibía como un problema de difícil solución para el capital -conseguir que se acepte ese axioma- la crisis le vino a resolver de una manera fácil y evidente y probablemente esta nueva provocada por el Covid-19 remate la jugada.
Resulta por eso fundamental y prioritario que desde los partidos de la izquierda, especialmente ahora que están en el poder, desde los sindicatos, desde su intelectualidad se abra un amplio debate sobre este asunto tratando de contestar a la pregunta que nadie quiere hacerse: ¿es el desempleo estructural un resultado inevitable de la 2ª Revolución industrial que estamos viviendo?, ¿es la crisis un efecto provocado para evitar éste debate? y si así fuera ¿qué hacer desde una perspectiva de izquierda?
Ya en 1.930 Keynes lo anunciaba de forma profética: “Nos aflige una nueva enfermedad cuyo nombre no se había oído, pero acerca de la cual oiremos mucho en los próximos años, me refiero al desempleo tecnológico”.
Está claro para todos los analistas que ésta 2ª Revolución Industrial, basada en la aparición de la microelectrónica y la robótica, de la que estamos solo en su etapa inicial, está produciendo cambios revolucionarios en nuestra sociedad que tiene su origen en el uso de microprocesadores que en solo 30 años han multiplicado por cien su eficacia y potencia, con una caída en picado de su precio.
Utilizando técnicas no ya de análisis marxista, sino simplemente de sentido común, se llega a la conclusión de que todo esto significa una aceleración en la robotización y la informatización de los procesos productivos y de los servicios, y por tanto una reducción drástica de la mano de obra , no solo como consecuencia de la crisis económica como era habitual, sino fundamentalmente del resultado de los progresos tecnológicos.
Por tanto la generación de un desempleo estructural, que según algunos expertos como el premio Nobel de economía Leontief, cifra en una reducción del 25 % de la mano de obra a nivel mundial. Es ésta conclusión la que intenta ocultar el capitalismo y quizás se vuelvan a aprovechar de esta nueva crisis para consolidarla.
Ésta nueva revolución no debiera ser un desastre en tanto en cuanto se satisfagan ciertas condiciones para que resulte beneficiosa para toda la humanidad, porque como afirmaba Adam Schaff: “es un desafío al Jehová bíblico que condenó a los seres humanos a ganar el pan con el sudor de su frente.
La automatización invalida esta sentencia, permitiendo al ser humano en lugar de realizar trabajos físicamente duros, liberar su actividad creativa para un desarrollo más pleno de su personalidad y de su realización”.
Por lo tanto la escasez de trabajo, mucho más en la época post Covid que nos va a tocar sufrir, no debiera ser una maldición, sino la forma perversa de lo que puede y debe ser un beneficio potencial. Significa que la economía ya no va a necesitar que se trabaje a tiempo completo durante todo el año y por tanto que existe la posibilidad de disponer de una cantidad sin precedentes de tiempo libre.
La cuestión para la izquierda es luchar para permitir que la sociedad en su conjunto se beneficie de ello. Esto requiere trabajar menos horas y con más trabajadores, para evitar que la maldición anterior se pueda transformar como está ocurriendo en el momento actual en: “No trabajarás”.
Para conseguirlo es necesario fijar una serie de condiciones que respondan a la pregunta que se hacía Lenin: ¿qué hacer? Qué hacer para asegurar la existencia de millones de personas que están condenadas a perder su trabajo y qué hacer para generar el empleo necesario para las nuevas generaciones que llegan.
Contestar estas preguntas nos lleva a partir de las siguientes ideas básicas, desde una posición nítidamente de izquierdas, obviando que llega una nueva crisis que intentará evitarlas:
1.- El pleno empleo y la mayor igualdad social y económica, son objetivos más importantes que el crecimiento económico por sí mismo.
2.- Debemos priorizar el crecimiento económico en aquellas áreas que más beneficien a la población, que menos deterioren el medio ambiente y que corrijan los desequilibrios entre el Norte y el Sur.
3.- Hay que profundizar en las campañas para el acortamiento de las jornadas laborales, y como consecuencia por una redistribución de los puestos de trabajo existentes (trabajar menos para trabajar todos).
4.- Profundizar en una Renta Básica más allá del IMV para todos los ciudadanos del país, con la obligación para aquellos que no tengan empleo de participar en ocupaciones socialmente útiles.
5.- Fomentar la cultura del ocio y de la educación continua, trabajando en la idea de “disponer de tiempo libre es más importante que disponer de dinero”.
6.- Está claro que los recursos necesarios para todo ello, deben venir de los fondos públicos provenientes de una nueva redistribución del PNB, mediante impuestos progresivos.
7.- Iniciar una campaña a nivel internacional para que el mayor número de personas tomen conciencia del problema.
El programa económico que Podemos lleva al gobierno reabre el debate. Es uno de los elementos positivos que tiene ésta fuerza emergente, el de servir de revulsivo, de acicate, al resto de las fuerzas de izquierdas en especial a su socio, el PSOE.
Lo que pasa es que algunas y algunos ya llevábamos defendiendo una parte de sus propuestas en ese PSOE hace muchos años, incluso previendo crisis como la provocada por el Covid-19.
Bienvenidos al club y gracias por espolear a nuestro partido en un momento de somnolencia, obligando a recuperar las señas de identidad de la izquierda.
Hacerse cargo de todos estos planteamientos es el deber de esa izquierda, desenmascarando la maniobra de despiste provocada por el capitalismo con esta nueva crisis, más aún en un instante de crisis histórica del sistema.
Porque de lo contrario la falta de cumplimiento de esta tarea significará asumir una responsabilidad política y moral directa, convertirse en cómplices del desastre en que quedarán sumidas las próximas generaciones, que resultará inevitable si dejamos su solución en manos de la derecha, o de los autodenominados social-liberales muy de moda en los últimos tiempos en el seno de la propia izquierda.
Veremos………….
Por: José Luis Úriz Iglesias (Ex parlamentario y concejal de PSN-PSOE)
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