¡Hay libros que lo saben todo!
Como quien se castiga con un día de fiesta, yo, porque ya no me caben los libros en mi casa pero sí en mi vida, me he hecho un regalo reciente: he huido de las novedades editoriales y he revisado la edición de El Quijote realizada en su día por Arturo Pérez Reverte (El Quijote solo con la trama principal, sin las novelas intercaladas) para volverlo a leer “en su esencia narrativa” justo en estos oscuros tiempos de relatos políticos que rehúyen la verdad, de chantajes disfrazados de negociación, de desmemorias, de extremismos, de izquierdas que se traicionan y nos traicionan, de mentiras disfrazadas de cambios de opinión y de amnistías sin que las votemos todos…
¡Y esa lectura me ha iluminado el tiempo presente!
De hecho en verdad al releer El Quijote uno lo siente impregnado de esa españolidad que es uno de los pilares de tan gran libro: El Quijote (como en el fondo Puigdemont) sabe que es español, y que ser español supone una insatisfacción histórica constante, un fracaso nacional, una congoja, eso, la condición común que da el ser lo que somos a causa de que hemos disfrutado y padecido lo mismo desde hace muchas generaciones… ¡Que hemos compartido las derrotas, y la lucidez derivada: eso que tan bien encarna ese hidalgo honrado que nunca pudo triunfar más que cuando iba a morir, pero que murió con la paz de saber que en su vida un día se topó con un compañero muy distinto a él, Sancho Panza, y, ambos, juntos se encontraron en lo mejor que se pueden encontrar los seres humanos, esto es, en la confianza mutua, en el respeto mutuo y en la grandeza que da tenderle la mano a alguien con entero corazón diciéndole sin decirlo aquí tienes un amigo.
Uno relee El Quijote y entiende mejor el pensamiento de Gustavo Bueno (nunca entenderé por qué su materialismo filosófico no es materia de nuestro bachillerato), sobre todo cuando éste distingue entre nación étnica y nación política, y nos explica con fina lógica tomista que no existe, en las naciones políticas caracterizadas por el concepto unívoco de soberanía, la nación de naciones: que eso es un sinsentido lógico como el de hablar de un círculo de círculos…
Y entiende así que el autocuestoinamiento, la desarmonía y el cainitismo constituyen la esencia de España desde el punto de vista histórico, antropológico, jurídico y ontológico…
Que España por definición es la voluntad, ciertamente empecinada, de vivir juntos los distintos, pero debería ser, por bien de todos, más bien la voluntad amistosa de vivir juntos los distintos.
Sí, en verdad se deduce de manera distinta pero por igual de la obra de Gustavo Bueno y de la Arturo Pérez Reverte: la profunda españolidad melancólica que rezuma El Quijote nos retrata por igual a Puigdemont, y a ti, y a mí.
¡Hay libros que lo saben todo!
Luis Artigue – www.luisartigueescritor.com