En esta semana en que parece que el machismo y la negación de la biología están viviendo un tórrido amor de verano olímpico, les dejo este artículo publicado en octubre de 2023 para que vean que el intento misógino de borrar a las mujeres viene de lejos.
No es la primera vez que un medio de comunicación nombra a las mujeres como “personas menstruantes”. En esta ocasión, el detalle se lo debemos a RTVE, la pública, que ha utilizado esta ingeniosa “metáfora” para referirse a más del 50 por cierto de la población mundial. Tristemente, el ente público ya nos tiene más que acostumbradas a este tipo de espectáculos lamentables desde hace tiempo.
Pero como digo, no son ni de lejos los únicos. Hasta organismos oficiales o reconocidísimas ONG’s han adoptado este neolenguaje en el que lo principal es la desaparición del concepto mujer. Para ello, por supuesto, es imprescindible empezar por la desaparición de la palabra que nombra el concepto a aniquilar, en este caso “mujer”.
Esta obra de ingeniería lingüística absolutamente misógina responde a la urgentísima necesidad de no ofender a los hombres que dicen ser mujeres por “sentirse como tal”, pero que la tozuda biología les recuerda que no lo son ni nunca lo serán.
Entonces se ha decido crear una realidad paralela a través del neolenguaje, pero que tiene efectos en la realidad material, ya que no acatar los delirios de este nuevo cuerpo lingüístico puede acabar con el rebelde frente a un tribunal. Ríete tú del “realismo mágico” mexicano que acuñó García Márquez.
Lo bueno es que de un plumazo hemos acabado con una de las discusiones filosóficas eternas que nunca hubiera parecido tener solución. Es aquella en la que se discutía qué fue primero, si el lenguaje o el pensamiento, si la idea o la palabra. ¡Miles de años de discusiones sesudas, desde Platón y Aristóteles (otros dos grandes misóginos, por cierto) y la solución era facilísima!
Menos mal que han llegado los posmodernos y nos han iluminado para hacernos ver que las palabras no tiene porqué tener absolutamente nada que ver con la realidad a la que se refieren. ¿Cómo no habíamos caído antes? Qué más da si primero pensamos y luego hablamos o al revés, si ahora ya lo que decimos puede no tener nada que ver con lo que pensamos porque percibimos y está bien…
Y la cosa podría llegar a ser incluso hasta entretenida si a todos los cambiaran los nombres por otros más fluidos y políticamente correctos en la era del no pensamiento posmo. Por ejemplo, los hombres deberían llamarse “peneportantes”, o casi mejor, “peneparlantes” o “penepensantes”, en honor al uso y abuso que hacen de esa parte de su cuerpo. Con todo, no deja de ser una auténtica memez exactamente igual que lo de “persona menstruante”.
Sin embargo, eso nunca pasará puesto que el concepto de “hombre” es inamovible e impertérrito y pseudodivino por mucho que le molestara a nadie. El hombre es el macho adulto de la especie humana, la persona. El hombre, y a nadie se le ha ocurrido redefinir eso jamás. Sin embargo, decir que la mujer es la hembra adulta de la especie humana es una ofensa para todos aquellos que nunca serán hembras humanas, por mucho que se pongan tacones altos, pinten uñas, pongan pelucas, se inyecten hormonas o se amputen miembros.
Y no se puede decir porque, en el fondo, detrás de tanta posmodernidad, deconstrucción y queerismo, lo único que hay es el machismo rancio toda la vida (desde Platón y Aristóles, mínimo…). La misoginia. A ver si ahora que han prohibido la purpurina con la que la disfrazan, se ve un poco más claro.