El 47, la historia que nunca ocurrió así

¿Esta fiesta quién la paga?

“La mala baba de la peli se exhibe cuando el más malo y cruel de todos los personajes resulta ser ¡otro andaluz! Un sevillano de Utrera Guardia civil cuyo personaje puede perfectamente estar inspirado en aquellos policías judíos que controlaban el gueto de Varsovia la película“El Pianista”

Este artículo contiene spoilers.

Llevamos dos o tres años en que, con honrosas excepciones como Bayona, la cosecha de cine español es infumable. Y yo soy de las que siempre veo (o veía) todo el cine español al que se podía acceder, que nunca fue fácil, hasta que la Academia se puso al servicio del establishment, hace aproximadamente un lustro.

A pesar de eso y de que el actor Eduard Fernández nunca me gustó, y menos aún desde que protagonizó el video para la campaña electoral de las municipales de Barcelona en 2023 pidiendo el voto para Colau, a pesar de todo eso, me tomé el tiempo de ver “El 47”, para opinar con fundamento de que parecía ser la película española del año. Además, yo soy de barrio, del barrio de Santo Cristo de Badalona ni más ni menos, y mis padres son inmigrantes andaluces, así que le di la oportunidad.

Mala decisión.

Cinematográficamente hablando la película es muy mala. Las actuaciones son mediocres y lo único que se salva es la fotografía en contadísimas ocasiones. Pero eso no importa demasiado porque en realidad no es una película en el que cuente la interpretación o la producción, sino la visión de un pijihippy de Barcelona, que jamás ha pisado y mucho menos vivido en un barrio de extrarradio, de lo que, según su mente infantiloide y estúpida, pero con muy mala baba, fue la inmigración de los a los 50 años 70 de la gente del sur de España a Catalunya.

Según el director, Marcel Barrera, formado en las universidades  Ramón Llull y en la Blanquerna cuando a las universidades privadas sólo iban los malos estudiantes y que no podían entrar en la pública porque no les llegaba la nota pero sí el dinero, y que ni de lejos vivió la inmigración de los 50 y 60 porque casualmente es del mismo año que yo, de 1981, según él, la llegada de los inmigrantes que malvivían en condiciones infrahumanas en los poblados chabolistas estaba salpicada de una suerte de interculturalidad idiomática a la que se sumaban todos los trabajadores y trabajadoras cuasi esclavos a la más mínima oportunidad.

Una fantasía propagandística catalanista de 2025 ambientada en los 70 que jamás ocurrió. Pero para estos pijos progres suponen que el tema del catalán era aspiracional para quien pasaba literalmente hambre, y que la desesperación y la tristeza que traían en las maletas de cartón se les pasaba participando la proto inmersión lingüística. La romantización de la pobreza de los posmolerdos que nunca la han padecido, a todo lo que da, hecha película mala.

Sin embargo, la mala baba de la que les hablaba tres párrafos arriba se hace carne en la peli cuando ves que el más malo y cruel de todos los personajes resulta ser ¡otro andaluz! Un sevillano de Utrera Guardia civil cuyo personaje puede perfectamente estar inspirado en aquellos policías judíos que controlaban el gueto de Varsovia la película “El Pianista”. ¡Un andaluz! ¡Por supuesto! No el catalán explotador dueño de la empresa de autobuses que despide al huelguista, no. No la directora del coro catalana de pura cepa que humilla a la hija del protagonista, no. no. ¡Otro andaluz! ¡Y picoleto! Un cainita, ya se sabe…

Pero el malvado andaluz tiene un alter ego en la peli, el bueno,  que es ni más ni menos que el joven Pascual Maragall, que parece como funcionario de medio pelo del ayuntamiento de Barcelona pero que ya desde entonces se le veía su gran capacidad transformadora. No por casualidad cuando llegan triunfantes al barrio con el autobús es el guardia civil malvado de Utrera el que baja a empujones al joven Pascual. Toda una alegoría.

Lo que quiero decir con estas líneas es que, aunque la parroquia sentimentalista se trague esta película como algo disque reivindicativo, está muy lejos de tal cosa puesto que a los 105 minutos de película le falta realidad y le sobra “charnegofobia (permítanme el palabro…), condescendencia y mucho, mucho clasismo.

Es una pena que el auténtico Manolo Vital muriera en 2010 y que el pobre Pascual Maragall haya perdido desgraciadamente la memoria. Porque si no fuera así, dudo que una manipulación tan burda, grosera y cursi pudiera proyectarse ni en con los melodramas de serie b sobremesa de domingo, útiles sólo para dormir.

Por: Nuria González

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