Incumplidas las obligaciones por todas las partes, el contrato social queda definitivamente rescindido, pero el problema es que no hay alternativa civilizada a la civilización
He contrato social, aquello que inventó Rousseau un poquito antes de la Revolución Francesa y que se convirtió en el objetivo de la misma, era un acuerdo tácito entre la ciudadanía y el Estado, mediante el cual ciudadanas y ciudadanos (en aquel tiempo sólo ciudadanos, claro) cedían al Estado el monopolio de la violencia y el Estado se comprometía a no utilizar esa violencia más que en último caso y sólo para hacer cumplir unas normas, las leyes, que procedían de la propia ciudadanía. Visto así, un plan sin fisuras.
Este modelo teórico ha sido la base de la construcción de todas las democracias “occidentales” y lo que, incluso después de las dos guerras mundiales, ha generado las estructuras de poder en las que hoy vive toda Europa, gran parte de América, y algún que otro país por ahí perdido por Asia y Oceanía.
Este contrato se resquebrajó este domingo en Paiporta (Valencia) y quedó, como todo lo demás, mojado e inservible, arrastrado por la riada y enterrado por el barro. Sin embargo, esta rotura ni fue unilateral ni fue improvisada.
Antes de que la ciudadanía se armara con palos y piedras y la emprendiera a mamporros contra sus gobernantes (igual que en la Revolución Francesa), incumpliendo toda su parte del citado contrato social, la otra parte contratante ya se había pasado por el arco del triunfo su parte a cumplir que contenía, entre otras cosas, una gestión lo más diligente posible ante una catástrofe natural tan grande como advertida y, por otro lado, la no utilización de la desgracia de la gente, incluida la muerte de cientos de personas, para intentar arañar un puñado de votos.
Por tanto, incumplidas las obligaciones por todas las partes, el contrato social queda definitivamente rescindido. El problema es que no hay alternativa civilizada a la civilización. Y con esto no quiero decir que los responsables políticos de la criminal gestión de la DANA en Valencia no tengan que acabar, ya no fuera de la política, sino dentro de la cárcel, ni que la mejor opción de protesta sea ir por ahí tirando palos y piedras. Lo que digo es que, a pesar de la indignación y la pena, como lo van a hacer los vecinos y vecinas que han perdido todo, incluso sus pueblos, habrá que levantarse y reconstruir. También el contrato social.
Eso sí, quizá este sea un buen momento para repensar determinadas cláusulas, sobre todo aquellas penalizaciones de incumplimiento por imprudencia, o con dolo y alevosía, cuando la consecuencia sea la muerte de cientos de personas.
Yo no creo mucho en aquello de que sólo el pueblo salva al pueblo, porque los que nos gobiernan también son pueblo, aunque lo maltraten. Lo creo en cuanto hablamos de que sólo las mujeres salvarán a las mujeres porque las mujeres nunca son gobierno.
Seguramente otro gallo nos cantaría si así fuera, como les cantó a los 124 residentes del asilo para gente mayor a los que sus cuidadoras salvaron su vida. Ni siquiera sabemos si esas mujeres, al mismo tiempo que salvaban a esas personas tan vulnerables, estaban perdiendo a su vez a algún familiar o todas sus pertenencias. La gloria nunca le llega a ese tipo de heroínas.
Pero esas mujeres también son pueblo y como ellas muchas otras personas, con las que si vale la pena renovar la voluntad contractual. Así que no nos queda otra que rescatar también a Rousseau de entre los escombros y esta vez buscar mejores partes contratantes.